lunes, 25 de marzo de 2013

LÊDO IVO

 
 
 



      La primera vez que vi escrito el nombre de Lêdo Ivo fue en este magnífico poema que Juan Carlos Mestre incluyó en La Casa Roja, el libro que le valió el Premio Nacional de Poesía en el año 2009. Ni que decir tiene que, después de aquella lectura, busqué inmediatamente a Lêdo Ivo. ¿Quién podía resignarse a seguir ignorando a ese enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos? Y encontré a Lêdo Ivo, que por aquel entonces aún era un hombre viejo que seguía viviendo en Brasil y salía en las antologías con cara de loco. Encontré a Lêdo Ivo, el más joven de los ancianos poetas que habitan la aldea de sal, en la antología preparada por Guadalupe Grande y el propio Juan Carlos Mestre para la editorial Calambur.




      Pude, al fin, visitar Cavalo Morto, ese lugar inexistente.
 
     
CAVALO MORTO 
 
 
En Cavalo Morto, las muchachas acostumbran a salir de paseo con los soldados. Y luego a quererse. Sucede entonces algo inverosímil: después de hacer el amor, bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, el nombre de los enamorados: José, Antônio, Manuel, Joâo.
 
Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores entre la maleza. Regresan intrépidas, excitadas por el filtro de la luna. Y para ellas no hay ya exigencias, cobardías, acontecimientos. Sólo existen los soldados del batallón.
 
En agosto, enero, igual septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y dejan en la arena del camino algo como un rastro de espuma o velo. Los soldados no saben hacer sonetos, ¡pero cómo aman!
 
De noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si pasas un día por allí y oyes voces, risas y gemidos de amor, no te asustes por miedo a los fantasmas. Son las muchachas amándose con los soldados de Cavalo Morto.
 
 
 
 
 
   
   Lêdo Ivo (Alagoas, 1924) es un poeta singular, uno de los grandes poetas brasileños de todos los tiempos y un referente en la historia de la poesía universal contemporánea. Máximo exponente de la llamada Generación del 45, ha desarrollado una intensa labor no sólo como poeta sino también como narrador, periodista y ensayista. En marzo de 2011, Vaso Roto Ediciones publicó la primera edición mundial del libro que hoy he terminado de leer, Calima, traducido por Martín López-Vega. Un libro en el que Lêdo Ivo vuelve sobre sus preocupaciones esenciales: el universo complejo como divinidad única y múltiple, el paso del tiempo, la magia de lo cotidiano y una fe indestructible  en la vida y en la poesía. Un libro en el que se leen versos como éstos:

 
MANGOS MADUROS

Durante la noche, escuché el viento
y, de vez en cuando, un ruido sordo.
Eran mangos maduros que caían.
Por un momento se quedaban inmóviles en el suelo de mi vigilia.
Y en seguida entraban en mi sueño
con sus dulces fibras amarillas y su aroma embriagador.
Durmiendo, los oía caer en la oscuridad,
allá donde yo estaba despierto, escuchando el viento
que me seguiría la vida entera
con un ruido semejante al de los mangos maduros
cayendo de noche en el suelo de la infancia.

 
 
      Lêdo Ivo ya no vive en Brasil. Falleció en Sevilla, a finales del año pasado, a la beatífica edad de 89 años. Por favor, lean ustedes a Lêdo Ivo, no se arrepentirán. Háganme caso: llamen urgentemente al sastre de las mariposas o, en su defecto, lean ustedes a Lêdo Ivo. El mundo es mucho más inhóspito sin él.

 

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